Día 2, en que el gallego se empeña en ser campeón

 El humo negro que salía de las chimenéas de lo alto del Váticano, nos devolvió a la realidad de nuestra querida gran nación, pues nuestros queridos cargos electos de uno y otro partido no nos permiten el descanso preciso, para contemplar con calma la acción del espíritu santo allá por tierras romanas.

 Es don José Blanco, el que en el día de hoy, aunque en su descargo no por voluntad propia, se ha eregido en protagonista. Pues si bien el que antaño fuera ministro, no finalizó sus estudios de derecho (o al menos esa es la constancia que se tenía al término de la legislatura, desconocemos si en los últimos tiempos don José se aplicaría y alcanzara la meta de la licenciatura), se ha visto por las casualidades de la vida, aquellas a las que te llevan determinadas amistades, a enfrentarse a la práctica del derecho penal, desde la posición de quien recibe una imputación. Se empeña su señoría ( que a falta de dimisiones, sigue siéndolo), en elevar la bandera de la presunción de inocencia, si bien respetando la misma, que nadie duda se deba aplicar en el ámbito penal, no tiene relevancia alguna en la responsabilidad política, aunque esta por ambigua y difuminada queda reducida a la nada, sobre todo cuando la misma, en la práctica no es usada. Y aunque si parecía que existía una cierta costumbre de reclamar dimisiones al llegar una imputación, las mismas nunca se solían realizar por las excusas más peregrinas, pues aunque la presunción de inocencia operase en el ámbito penal, la representación del cargo público, electo por voto, y no por mérito, es una relación de confianza, confianza obligada muchas veces por el sistema, pero confianza al fin y al cabo, aunque se desconfíe de ella. Pero como dicha relación de confianza se regula de forma vaga y arbitraría y siempre de forma tuitiva en favor del elegido, es cierto que no existe obligación alguna que pueda derivarse de la responsabilidad política, en tanto que no infringa alguna de las otras responsabilidades que recoge el ordenamiento jurídico, y que se depure por los cauces señalados al efecto. Por tanto el Señor diputado, invoca la presunción de inocencia, en tanto no se abra el juicio oral, pues debe ser que la oralidad del juicio es la que acredita para su señoría la responsabilidad política.

 Cuantas veces hemos escuchado, que no se dimite porque no está imputado, ahora escuchamos que no se dimite porque no se ha procedido a la apertura del juicio oral, pero no podemos escandalizarnos de nada, porque aunque exista sentencia condenatoria, atenderemos a disculpas como, que como no existe corrupción, porque sólo se trata de un asunto de prevaricación la dimisión no tiene sentido ya que no se metió la mano en la caja. Es decir, todo vale en el mundo del cargo electo para aferrarse al cómodo asiento que se tiene en el emiciclo, pues se olvida que quien paga dicho asiento es el ciudadano que con su sufragio le ha dado su representación, pero como se nos permite ver cada día, no porque este fuera el mejor representante posible, o aquel que el ciudadano querría, sino porque miremos hacia donde miremos no encontramos en el momento presente aquel que realmente nos represente.

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1 Responses to Día 2, en que el gallego se empeña en ser campeón

  1. El siguiente paso será decir que no se dimitirá hasta que no haya sentencia en condena, y el siguiente decir que hasta que dicha resolución sea firme, nada de nada. Da asco ver al antaño inmisericorde azote de «corrutos» escudarse en su privilegio parlamentario.
    Por cierto, que ayer escuché en cierta tertulia que el antaño ministro de «Fometo» tenía pensado escribir un libro acerca de la presunción de inocencia. No sé si será una broma de mal gusto, pero si va en serio…..
    En fin, que nuestra casta política cada día da un paso más en su caída libre hacia el abismo. Si hay degradaciones que no sólo no tienen nada de reprochable sino que incluso engrandecen al caído (la Fantine de «Los miserables» es un ejemplo de caída moral buscando un fin de lo más noble y humano) el enfangamiento de la clase política es el reflejo de la miseria moral y el inmenso y enfangado lodazal en que se ha convertido la cosa pública.

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